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mardi, janvier 24, 2017

otra mirada dentro del taller laboratorio

La presencia de la narración


La palabra presencia me hizo retomar varios pensamientos que tuve en este último tiempo. Por un lado me hace pensar en que algo está presente en la narración. ¿Qué es esa cosa, o ente que está presente? Esa me parece una pregunta fundamental para responderme. Acaso quizá sea lo más correcto pensar que el narrador tenga una existencia propia con la cual el autor no tenga la más mínima relación. O quizá sea al revés, que un narrador sea básicamente la imitación de un autor que nos viene a contar parte de sus experiencias. ¿Cuánto importa la visión personal de un autor al estar escribiendo? Es otra pregunta que me gustaría responderme. 
También la idea de la presencia me hace pensar en “La muerte del Autor” de Barthes y pienso que quizá la presencia de esa cosa de ese ente, no debería ser la de una persona de carne y hueso, sino la del lenguaje. Debería ser entonces el lenguaje haciéndose y rehaciéndose el que tenga presencia en la narración. Pero el lenguaje, sabemos, es una cosa con un hueco al medio que ha llegado hasta nosotros como una interconexión para la comprensión del mundo. Un mundo real repleto de cosas materiales, de realidad viva si se me permite el término ¿Podría haber lenguaje sin una referencia real? Esa es otra pregunta que me gustaría responderme. 
Veo que en la literatura, llamémosla de menor nivel, hay una necesidad desesperada de convertir al autor en un consejero ideal para distintos tipos de situaciones (el autor como un farmacólogo entregando analgésicos). Veo que a este tipo de literatura la gente se acerca a comprarla en cantidades mucho mayores porque buscan la prescripción adecuada para calmar sus dolores, buscan desesperados a alguien que por lo menos les distraiga del dolor. Es la búsqueda de un ser (que es el autor obviamente) que pueda decirles, con la justificación de la autoridad del conocimiento, cómo deberían corregir sus vidas para evitar al maldito dolor. Y esto me hace comprender que uno de mis mayores temores es caer en este tipo de literatura (como escritor o como lector) sin saberlo. 
No me animo por eso a dar una conclusión sobre la presencia. ¿Cuánto debe jugar el “yo” cuando se escribe algo? ¿Cuánto hay de otra “presencia” cuando se escribe algo? Son otras preguntas que me encantaría responderme. Quizá mi inclino cada vez por saber que mi presencia en la narración es de otro, un otro que quizá haya sido creado por mí mismo o que habita dentro del lenguaje. Pero de que debe estar presente algo vivo en la narración, de eso no tengo la menor duda, lo único sería resolver qué sería ese algo.

Leonardo Nicodemo.

dimanche, janvier 15, 2017

El espacio es de Ellas y Ellos

Si bien tiendo a pensar que la escritura es una ecuación entre vida individual y colectiva, la intención de este espacio es dejar que hablen otras voces, aquellas que son las estrías de la experiencia adheridas a las rocas. Marcas poderosas, vivas. Es importante que sepamos que escribir, por más que sea una actividad solitaria, es un diálogo silencioso con los demás, es un encuentro de fuerzas, la constelación que se dibuja en el firmamento cada vez que alguien habla, o "nos habla". Es la razón por la que iré publicando aquellos textos de quienes participan en el taller a manera de archivo colectivo en nuestro idioma. Me fascina la idea de acompañamiento, de camaradería. Al final somos un gran cuerpo que escribe, y se inscribe, resistiéndose a borrarse.

El primer texto: Las gaviotas volaban sobre las huellas en el arado, de Eva Turumbarrere


Las gaviotas volaban sobre las huellas de la tierra que iba dejando el arado. Lo negro y lo blanco en una superposición cambiante y permanente.
El arado y el tractor. 
Una tarde cálida, en las horas en que la siesta silencia el canto de los pájaros, el olor a la tierra removida esparcía aroma a frescura renovada.
A lo lejos la figura de un árbol reseco por los años, pero aún de pie con sus ramas secas y vacías. Muy cerca el molino movía sus aletas con lentitud. Pereza en el llenar de la aguada.
Las gaviotas revoloteaban sobre las huellas de la tierra arada.
El arado y el tractor.

Dentro del tractor iba yo con mis cuatro años o cinco años y mi candidez de niña campesina. El amigo tan querido por mi padre manejaba.

Y allí ocurrió que esa mano enorme, gigante, monstruosa, ingresó en mi intimidad tocándome. Profanando mi pudor.  Profanando mi cuerpo. 
El dolor, la angustia, todo fue, sigue siendo un grito contenido. El grito que supera las palabras que no tuve, que no tengo, que no sé si algún día tendré.

Fue un ataque intenso, desvalida en el medio del campo, en una intemperie que desde aquel momento se llenó de sombras, de miedo, de horror.

mardi, janvier 03, 2017

¿Qué sucede con la novela? Un libro que existe, Los perros de la eternidad...

cuando empiezo un libro siempre ruego poder sentir lo que estoy leyendo. Pocas veces sucede. Algunas veces siento que lo que leo no es verdad, o que ha sido "fabricado" y se nota mucho el trabajo de "producción". O que corresponde a una mentalidad demasiado esquemática, repetitiva o epigonal. Y peor, muchas veces puedo sentir que lo que leo es una prolongación de la ideología dominante, sin planeta luminoso que gire libre en el espacio haciéndonos ver su luz, sino una especie de planeta inmóvil,  lo que me produce un sentimiento de asfixia. También es importante encontrar un tono, una voz de autor.a verdadera. Sucede poco, pero sucede. No quiero decir banalidades, aunque hay algunas cosas que he notado en mis lecturas recientes, las novelas reflejan y encarnan su tiempo y quien escribe es como la caja de resonancia, el traductor y la traductora de todo lo que sucede y que, mientra más notas musicales tenga entre sus manos, mejor será su resonancia... es una música, caprichosa, alta, como baja. Y es siempre una música.
La última novela de Alejandro López Andrada, Los perros de la eternidad (Almuzara 2016) me ha abierto las puertas a un  espléndido paisaje interior, colores, formas de una España que no cede a la música narcótica del imperio neoliberal. Es decir, la novela refleja un mundo todavía no contaminado por el pensamiento liso y estandarizado de la "sociedad del espectáculo". Los paisajes que describe, la Cordova de toda una vida donde el persoanje principal gravita, son de una intensidad poética rotunda, y dan ese aliento largo de las frases de la novela. De hecho, no sé si Alejandro López Andrada hubiese escrito una novela como esta si no se protegiera como lo hace del mundanal ruido de la sociedad mercantil, si no hubiera en él ese observador fino, atento al detalle y a las emociones. Porque si hay algo que me ha seducido en esta novela, es su falta de temor a la "emoción y el sentimiento", en contra de los paradigmas de escritura aseptisada y falsamente neutra. De hecho, los recursos del autor son parte de es paleta de pintor de estilo impresionista. Tal vez hay algo del mundo de Onetti en ALA, la ciudad que es una cosmovisión, con sus valores, sus gentes y sus experiencias que se resisten a ser borradas de la memoria, es también un esfuerzo de memoria, de dejar marca de una parte de la realidad muchas veces no reflejada en la narrativa contemporánea de la España actual. La verdad que pocas veces me leo una novela de un tirón, por eso me ha encantado que este sea un libro, un libro de verdad, con toda su carga afectiva de vida.