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lundi, janvier 05, 2015

Paris a toute vitesse



He pasado una semana en París, veloz, un poco a trompicones. No sé por qué, o sí, esta ciudad ahora me pone "fuera de mí" (en francés, "hors de moi" es precisa), me aleja de mí  misma porque ya no sé cómo pegar esos pedazos que se han quedado desperdigados por calles, puentes, cafés, casas, y, más que eso, la sensación constante  de que se trata de un tiempo pasado, de un tiempo que no regresará. Toda una sociedad que marcha al ritmo de ese pasado es mi cielo, un cielo bajo, que me oprime. De todas formas siempre he dicho, desde el primer día en que llego a esa ciudad en un tren desde Luxemburgo, que  soy, somos, seres de espacio (de ahí que me guste la novela) de extensión y que eso tiene que ver con la manera de escribir, de moverse, los espacios pequeños, confrontan, comprimen. El espacio abierto y el tiempo lento son los lujos más raros ahora. Pero esta sensación de "tiempo pasado"  tiene que ver también con la manera como la sociedad se ha organizado, en función de una grilla de lectura que está ligada al dinero, al afuera, a la idea, el concepto y no con cosas sentidas. Hay más una supervivencia más que una vivencia en ese "regimen de la cantidad". Siempre me asombra cómo se puede vivir en función de ese "afuera" tan tirano. Resultado, se mantiene   a una mayoría entre el deseo y la frustración de ese deseo recortado, vigilado de manera policíaca por mensajes que empujan al consumo. Hay en ese caso un sentimiento entre culpa y frustración, como un desconcierto y un gran vacío al ver que nuestras vidas se reducen a lo que poseemos. De alguna manera nos niegan una existencia más noble, más generosa y menos mezquina. Siempre estamos en la imagen que tenemos de nosotras mismos pero no en lo que realmente somos. El espejo deformado. Y me cuesta mucho aceptar ese juego, aceptar eso en medio de las moles de cemento de París, la poca luz, la humedad y el espacio reducido de sus casas...

hay algo que se violenta en mí, necesito que la realidad esté desnuda para recorrerla, necesito soledad, y cada vez más, silencio... curiosamente ese silencio está poblado y necesita encontrarse con sus voces...

Lo mío no es delirio, es una intuición que se apoya en la observación. Después de estar en varios espacios públicos, de caminar horas, de pasar una fiesta de año nuevo en casa de gente nueva, bajo la música más híbrida del mundo, me doy cuenta de que lo que me toma, me ocupa, son los espacios donde hay algo de particular que transpira, las realidades que no son lisas. Lo peor es que el mundo puede ser liso si lo miramos desde el mismo lugar, por eso, subir aunque no sepamos cómo bajar....

continuará cuando acabe mi mudanza...

La idea del "anartista", de Marcel Duchamp me seduce. Pienso en cómo debe haber estado harto del culto al artista, de los egos perversos y tan masculinos. Su idea de hacer del arte un gesto, un movimiento del deseo, de la idea y del deseo, un gesto simple, inscribir un nombre, transformar lo real. Así, cada persona se desplaza con su acaba de herramientas y traza formas, marcas. No son sus Obras con mayúscula lo que cuenta, es la trayectoria.  Estoy casi convencida que la humildad, sin ese resabio cristiano que suena a sumisión, es una forma de entrar en el mundo, de estar en él de forma completa, absoluta,

foto: el hal de las Galéries Lafayette en París, uno de los templos del consumo.

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