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samedi, mars 21, 2009

Homenaje a Blanca Varela


Mariela Dreyfus, poeta y escritora amiga, me hizo leer este texto sobre Blanca que publico a manera de homenaje porque muestra a una persona que también sabía ser cálida. La última vez yo la vi en Madrid, fue durante la presentación de una antología poética. Me cogía firme por el brazo mientras le acompañaba a tomar el taxi. Me dijo: no te quedes en Madrid, no es para ti...

Enseguida el recuerdo de Mariela

BLANCA VARELA: PLENITUD Y AUSENCIA

Testimonio de la poeta Mariela Dreyfus, co-autora, con Rocío Silva Santisteban, del volumen Nadie sabe mis cosas. Reflexiones en torno a la poesia de Blanca Varela (Lima: Fondo Editorial del Congreso, 2007).

Plenitud es una palabra que más fácil se articula que se alcanza. Es pararse a mirar la realidad con ojos inquisitivos, inocentes, sabios. Es negarse a aceptar sus trampas; sus fisuras. Es rebelarse y actuar.
Desde su ingreso a “ese mundo de hombres” de la Facultad de Letras de San Marcos en 1942, donde conocería a sus inseparables pares, Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren y Sebastián Salazar Bondy. O desde su matrimonio con el pintor Fernando de Szyszlo en 1949 y ese viaje a Europa donde ambos compartieron “la búsqueda, el tedio, la desesperación y el deseo” propios de la posguerra (Octavio Paz dixit), con intelectuales europeos y latinoamericanos como Simone de Beauvoir, Sartre, Roberto Matta, Carlos Martínez Rivas y el propio Paz. O desde su experiencia de la maternidad –sus hijos, Vicente y Lorenzo, nacieron con dos años de diferencia, uno en Lima y el otro en Washington D. C.-, Blanca Varela nos muestra un trayecto existencial que combina el rigor y la responsabilidad en su sentido más alto: como un ejercicio espiritual, un estado alerta y excitado de la conciencia donde cada minuto cuenta y pesa como una inmolación.
Cada palabra también cuenta, por supuesto. Por eso, en su poesía, Varela fue siempre parca y precisa, contundente. Su cualidad de “poeta hipoverbal”, como diría el crítico Roberto Paoli, la lleva a condensar al límite en su obra esa visión irónica y desencantada con que “piensa la vida”, es decir, la cotidianeidad más inmediata –“y de pronto la vida / en mi plato de pobre / un magro trozo de celeste cerdo / aquí en mi plato”, lee el inicio de su poema “Canto villano”-. Sus poemas recorren también los insondables vericuetos de la condición humana y nos muestran con igual destreza el abandono, la compasión y la ternura; la desesperanza y al mismo tiempo la redención. Tal ese hermoso retrato de una niña desamparada titulado “Ternera acosada por tábanos”. O esa otra lúcida interpelación, “Monsieur Monod no sabe cantar”.
Pero Varela sabía también ser espléndida, generosa, divertida; fue con esa actitud justamente que se acercó a las poetas de mi generación. Giovanna Pollarolo, Carmen Ollé, Rossella Di Paolo, Rocío Silva Santisteban, Patricia Alba y yo: más de una vez nos reunimos con ella en su casa de Barranco que daba al mar. Los ‘aquelarres’, como solía llamarlos, se acompañaban con un traguito agradable -“Yo sé que a ti te gusta el whisky”, me decía-, y la conversación iba pasando de la escritura a los viajes al amor. Recuerdo a Blanca leyéndonos el poema “Devuélveme mis trapitos”, del serbio Vasko Popa o comentándonos una novela del portugués Lobo Antunes, que le gustaba “más que Saramago”; también hablándome de Wittgenstein y Else Lasker-Schüler o preguntándome por mis hijos con la misma exacta naturalidad.
Por esa época, Varela abandonó también su parquedad pública y participó en importantes recitales poéticos. Su lectura, en agosto de 1989, en el ciclo “Poesía reunida” organizado por Cesáreo Martínez fue apoteótica. Los estudiantes que copaban las primeras filas le pidieron que leyera ciertos poemas suyos que para entonces eran ya emblemáticos: “Curriculum vitae”, “Casa de cuervos”, “Camino a Babel”; ella los leyó complacida, sin dejar de sorprenderse por el arraigo que había alcanzado su voz. En sus años finales, Varela, siempre ajena a laureles y reflectores, recibió tres reconocimientos claves –el Premio Internacional Octavio Paz de Poesía y Ensayo (2001), el Premio Federico García Lorca de Poesía de la ciudad de Granada (2006), y el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana (2007), que no hicieron sino rubricar la alta calidad de esa obra que ya iba encontrando su lugar y sus lectores, a través de excelentes compilaciones publicadas no sólo entre nosotros sino además en México (Canto villano, Fondo de Cultura Económica, 1986; 1996), Madrid (Como dios en la nada, Visor, 1998) y Barcelona (Donde todo termina abre las alas, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, 2001).
El año 2000, durante un encuentro en Nueva York, donde vivo, le propuse a Rocío Silva Santisteban reunir algunos artículos en torno a la poesía de Varela. El proyecto tomó años en forjarse y terminó convertido en un amplio volumen de 35 ensayos a cargo de reconocidos escritores latinoamericanos y latinoamericanistas, más un archivo fotográfico gentilmente cedido por su familia, más una antología personal que la propia Blanca organizó frente a nosotras una tarde, marcando con el puño el ritmo tajante y ríspido de sus versos al leerlos. Ahora que ha partido discretamente, con la elegancia de los grandes, sólo nos queda seguir oyendo esa música intensa y sabia de Varela, melancólicamente, esperanzadamente, absurdamente, como nos dice en su poema “Valses”, eternamente.

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