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vendredi, mars 07, 2008

R. Millet

Cuelgo un texto que escribí a partir de mi encuentro con Millet, cuando lo conocí, Blanchot fue el puente y salió este texto que entregué a Ricardo Sumalavia, ahora en Burdeos...



Blanchot

No, no hay ninguna explicación para saber cómo y por qué nos sometemos a una sola persona. O por qué una mirada nos persigue y no nos deja dormir. O por qué esta canción de Louise Attaque, que no le gustaría, me hace escribir como si viese la secuencia de una película desplegarse frente a mí. Tan, tan, tan, hum, hum, hum, tam, tan, tam, tres tempos y luego silencio, y de nuevo, tres tempos. Primero, es ese cuerpo que se levanta en una sala y que sólo puedo ver desde lejos, intuir una transpiración, una especie de resistencia natural, casi un malestar. Secondo, luego viene el encuentro, seis años más tarde, en el jardín de la editorial Gallimard, hablamos de Maurice Blanchot y de Louis de Forets. El sol caía obliterando los árboles y él temblaba como una roca sobre su eje, reía, y su risa, o alguna frase suya, me parecen el esmalte de alguien que puede quebrarse si lo empujan un poco, un poco hacía el vacío.


Y luego (tercio), está el departamento sombrío de la calle Vaugirard, los libros que se publican y que no significan nada, no consiguen arrancarle nada extraordinario a la vida. Escucha: Maurice Blanchot, vivía como un funcionario. Yo miraba desde una ventana un bosque inmenso, como no existen en el Perú, segura de que quiero deshacerme de esa mirada que se abre como un abismo y hace que todas las experiencias me atraviesen fragmentando una cierta unidad, un cierto parecido a mí misma. Después son esas coincidencias que no queremos pensar que son un azar, el encuentro en el tiempo, la misma música, Blanchot y Louis de Forets. Yo sé que han sido muy amigos, sé que los dos están fascinados por la música, el desarraigo, y las mujeres.

Y yo asumí (no hay cuarto), de alguna forma ese cuerpo de hombre maduro bañado de la risa joven, asumí su manera de sentir que los libros no son nada, no pueden nada, así como resumí su mano extendida con las piezas que no sabe poner en una máquina de café como una forma de lealtad absoluta a mi persona, como una entrega. La casa de Blanchot, como el refugio perfecto para empezar a escribir algo sobre ese encuentro, o mejor dicho, sobre un hombre, un determinado hombre que mira como si fuese a desaparecer después de ese encuentro, y empezar escribiendo que no lo conozco a pesar de que está muy cerca de mí y entrar y salir de la casa de Maurice Blanchot sin saber si es del todo cierto. Al final si no lo escribo, dejará de existir.

Patricia de SouzaAutora de La mentira de un fauno, El último cuerpo de Úrsula y otros libros.
gambito Viernes, 23 Septiembre 2005 20:18 Enlace Permanente Comentarios (3)

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