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mardi, juillet 31, 2007

La marca de otro idioma

Hace unos días, conversando con la escritora mexicana, Cristina Rivera Garza, surgió el tema del hecho de estar en contacto con otro idioma y terminar escribiendo y en ese nuevo registro.
Cómo es que un idioma extranjero se va apropiando de nuestra identidad, cómo se une al pasado y cómo se manifiesta en el presente? De golpe, convenimos escribir sobre este tema y aquí está el resultado de este diálogo. Como yo, Cristina vive entre dos países, Estados Unidos (donde enseña literatura) y México, donde según sé, reside. Una residencia no tan fija, pero inmediata. Este nomadismo de la época, nos hace pensar en cómo se escribe fuera del territorio y los efectos que produce en cada una. Pongo el texto de Cristina y, enseguida, el mío. Ambos textos están publicados en nuestros blogs. El de Cristina: http://www.cristinariveragarza.blogspot.com/


LA SEGUNDA LENGUA

[para Sara Poot-Herrera, en verano]

I: El número dos
Siempre me ha parecido mejor, por considerarlo más cómodo, el segundo lugar. También tiendo a creer que lo más importante, tanto en los libros como en la vida, suele ocurrir con pasmosa frecuencia en el penúltimo párrafo, capítulo, escena, piso. Entre el rimbombante inicio inaugural y la parca conclusión definitiva está, para el bien de todos, el número dos: la puerta de entrada para la postergación o el alargamiento o la interrupción o la duda. Acaso por eso, en lugar de la primera, prefiero hablar de la segunda lengua. Hay un cierto aire de libertad a su alrededor. El olor a cosa abierta. Lo que subyuga.

II: Después
En sentido estricto, por supuesto, toda lengua es una segunda lengua. En sentido estricto, quiero decir, la lengua que nos acoge y nos arropa desde el seno materno es ya, de por sí, una lengua madrastra. Aún sabiéndolo, sin embargo, me gusta llamarla así: La Segunda Lengua. Hay un cierto sentido de extrañeza y otro de consecutiva falta de importancia que me hacen sentir bien respecto a ella. No es mi casa, ciertamente, ni otra casa. Se trata, en todo caso, de la intemperie. No es la encargada de mantener las apariencias (de lo original o lo primigenio o lo natural), sino la otra, la que nada más por el hecho de existir logra ponerlo todo (a lo original y lo primigenio y lo natural) en duda. La de la pregunta difícil y el acento raro. La que no se acopla y, por lo tanto, no domina. La que llegó después y, por haberlo hecho, anuncia que puede haber todavía más. No es la casa, decía, sino el camino que me acerca o me aleja, según suba o baje la loma, como ya lo anotaba Juan Preciado en su camino a Comala, a esa casa.

II: Malentender
Hay un eco dentro de la cabeza. Un ligero zumbido. Un estertor. A todo eso le llamé por años La Segunda Lengua. Ruido sucio. Un leve mareo que asemejaba una vital levitación. El nombre que le puse al velo que no me permitía ver las cosas claramente o que, bien mirado, me invitaba a ver las cosas de otra manera. Una distorsión, en efecto. Una alterada alteración. La inminencia de un malentendido que es el otro nombre de la invención.

III: La otra manera
Suele pasar así: todo mundo habla una lengua alrededor de una mesa y, sin planearlo, sin pensarlo siquiera, aparece La Segunda. A veces es sólo el guiño diminuto de la palabra súbitamente intraducible y, en otras, el silencio en el que ocurre el puntual proceso de traducción. En algunas ocasiones es sólo un ligero tartamudeo y, todavía en más, el acento que sella lo que viene de lejos. Está ahí, me digo entonces, para recordarme que en toda circunstancia, aún en las felices, es importante hablar de otra manera. Está ahí para confirmarme que siempre soy, al menos, dos.

IV: Que no es lo mismo pero es igual
Alguna vez creí que sabía cuál era cuál. Viví por muchos años en el país de la Segunda Lengua y allá, cual debe, rodeada de nostalgia y alcanfor y una sesuda necesidad por La Gran Narrativa, surgió el mito de La Primera. Allá (que en este momento es aquí, por cierto) llevaba mis asuntos terrestres en la Segunda y los divinos, que son los más íntimos, en la Primera. Cosa de simetría. Asunto de claridad. Y todo habría estado bien si no hubiera ocurrido la proverbial noche del proverbial día en que tuve el proverbial sueño en la Segunda Lengua. No recuerdo la anécdota onírica (aunque estoy casi segura de que había un tren en todo aquello) pero recuerdo, casi a la perfección, el súbito despertar. Entonces, me pregunté ¿La Segunda ya es La Primera? Hacía un sol terrible allá afuera. Y todo habría estado bien una vez más si no me hubiera mudado al país de la Primera donde la Segunda volvió, no sin reticencia, no sin ese relinchar que suele despertarme en las noches sin sueños, a su propio lugar. Excepto que, de acuerdo a las simetrías que tienen la desgracia o la virtud, según se les vea, de ser estructurales, empecé a llevar mis asuntos terrestres en la Primera, dejando, luego entonces, todo lo privado, que es, como ya lo dije, lo más cercano a un cierto concepto de lo sagrado, en manos de la Segunda. Cosa de divinidad. Desde entonces sólo hablo de amor en una lengua con la que no nací.

V: La Libertad de la Segunda Lengua
Con ella puedo maldecir a mis anchas, cortar oraciones donde se me da la gana, hacer declaraciones escandalosas, cambiar los puntos de lugar, prevaricar que es casi lo mismo que mentir, equivocarme con lujo de detalles, bajar la voz hasta llegar al grado cero de sí misma, decirme y desdecirme con la misma solitaria convicción, dar un pésame, prometer lo imposible que acaso sólo sea otra forma de besar. Como si a mí y a La Primera nos atacara un súbito pudor cuando estamos cerca, hay cosas que no puedo ni siquiera concebir en su presencia. Como si hubiéramos vivido demasiado cosas juntas. Como si todo nos doliera.

VI: Manifiesto popular
Independientemente del idioma en que aparezca, la escritura siempre se hace en La Segunda Lengua.

c.r.g


ESCRIBIR PARA SOBREVIVIR

Para hablar de mi relación con el idioma francés tengo que ir hacia atrás. Atrás. Primero es la llegada a la Gare de Austerlitz, la ausencia de signos reconocibles. El invierno, no comprender nada, no comunicar, estar silenciada durante meses, en medio de la confusión. Poco a poco empiezo a descifrar, como cuando era pequeña y una palabra se quedaba resonando hasta obtener un significado. Se trataba entonces de Significar, pero yo no sentía que significaba más que mi condición extranjera en París, a veces, hasta el punto de no reconocerme. Yo sé que deseo ser mirada, aceptada como parte de ese grupo humano. Poseer las palabras es la única forma en que puedo existir. Lo intuyo cuando voy de compras y pago la suma exacta para evitar preguntas. Es siempre invierno, es el Boulevard Saint Germain, llevo un abrigo rojo y un cinturón a la cadera, sobre una falda negra. Voy así cuando entro a una tienda y extiendo los billetes y me pierdo en el intercambio de palabras, todavía no sé descifrar... Poco a poco ese silencio se va llenando de experiencias, aunque siento que pedaleo en la oscuridad. Las experiencias afectivas, la huella que termina produciendo una frase, una sintaxis, un contenido y acomoda el exterior con el interior. La escritura como la huella sensible de la experiencia en el lenguaje escrito. Tenía que aprender a hablar y escribir así como aprender a estar en otro país. Era otro nacimiento, otro alumbramiento que pondría a prueba mi capacidad de comunicar. Si en mi idioma había cosas que no me sentía en condiciones de decir (o confesar), en el francés empezaban a cobrar otro sentido, hablaban. Y sin embargo, mi relación con el idioma nunca ha sido fácil, ha sido más bien violenta, como lo es la experiencia del desarraigo. Posee todas las dificultades y conflictos que tuve que afrontar para entrar en posesión de mí misma: gritos, explosiones, injurias, transpiraciones, padecimientos, y, finalmente, goces... El idioma francés ha sido una lucha por poseerme, como aprender a caminar de nuevo y sin la ayuda de nadie. Plantar un árbol sólido, verlo crecer. Una noche de luna, yo empecé a entender lo que oía, sentir su música, su libertad, y adivinar otra vida. De ser una analfabeta pasaba a comprender que esa escritura emergía a la superficie. Y podía tocar sus contornos, moverme dentro de ella con facilidad. Era aprender a respirar con un pulmón artificial que se iría integrando a mi cuerpo. Porque aprender otro idioma no se trata solamente de comprender una realidad, sino de hacerla significante. Un idioma de la adultez, de la autonomía: aprender a pedalear sola en la oscuridad. Así como el castellano era el idioma de la niñez, también lo era del abandono, del desarraigo. El idioma de la otra orilla, en la que con un dedo, yo quería escribir sobre la arena una frase que me hiciera evocar el sueño de un idioma adámico, aquel que pudiera expresa la totalidad de la experiencia. Sí, yo me veo sentada en una terraza tratando de encontrar el lenguaje con el cual voy a intentar inscribir lo que me está pasando, cómo voy a tratar esa realidad imcompleta y transformarla en signos. Para sobrevivir. Hasta que se aprende a aceptar que el idioma no lo puede todo, a lo sumo, dar movimiento, poner la máquina de ficción andar, entrar en contacto con Eros. Comprendí que un idioma puede tener nuevos sentidos si se le deja respirar su experiencia, si se le deja estar vivo a través de la presencia de los demás. Por eso, también creo que aprendí a mantener un poco (solo un poco, porque siempre se trata de ejercer una cierta violencia sobre el idioma para arrancarle algún secreto) de silencio en el francés, aprender a dejar espacios en blanco. Lo indecible. No me olvido de que es un idioma que ha vivido los traumas de la guerra y que ha pasado por silencios terapéuticos (la crisis de géneros, en especial, la novela y el Nouveau roman). Sí, tal vez la inocencia con el idioma la perdí un poco con el francés, pero no fue para abandonar mi propio idioma como un fósil, sino para sacudir mi castellano de la retórica dominante. Una declaración de guerra. De ahí la escritura fragmentada, la escritura que se resiste al molde clásico, masculino, en el que yo había aprendido a escribir. Un día conversaba con Alain-Robbe Grillet sobre Marguerite Duras y me dijo algo que me gustó: si algo que tenemos que reconocerle a Duras, es el silencio de sus textos. Cerré los ojos. Yo quería hacer otra cosa con el idioma, ¿pero, qué? Creo que resistir a borrarme dentro de él, a que me pusieran una máscara y no un rostro. Yo necesitaba existir a través de mis textos como un verdadero trabajo de escritura, necesitaba hacer que el texto transpire su pathos, sus huellas. Sé que no he elegido el francés como segundo idioma, ha sido lo que se dice mi fatum, he aprendido a vivir con él y a recorrer-me en sus códigos, salir al mundo, estar en él. Es esa simetría entre la experiencia y el lenguaje, entre la sensación, nueva, sidérant (asombrosa), de llegar a París en invierno con 18 años y sentir el frío mordiéndome los riñones, es esa sensación de analfabeta, de no poder comunicar esa vulnerabilidad, la que puede haberme empujado a escribir en francés. Por eso un nuevo texto en este idioma se titula La disparition (La desaparición).
No sé si alguna vez tenga que elegir en qué idioma escribiré. Eso simplemente sucederá, como cuando vemos un rostro, un gesto, y nos conmovemos, o decimos: ¡qué acontecimiento, me gustas!Ambos registros me transmiten una humanidad. Un mundo. Y si pedaleo en la oscuridad, a ne plus en finir!, ya no me asusta, me atrae, me fascina.

1 commentaire:

Fernando Visbal Uricoechea a dit…

Pocas cosas son realmente fáciles o al menos lo han sido para mí. Ni siquiera escribir mal. Y comentar lo que escribes es difícil para no entrar en polémicas que te resulten poco interesantes. Eso pasa por mi cabeza cuando te leo. Tu estética es algo hermética por la seguridad en tus gustos…en tu colección personal de incertidumbres no está lo-que-buscas. Sin embargo, me atreveré porque creo que tus textos merecen más un comentario personal que técnico. Casualmente asistí ayer a la conferencia de un amigo sobre El bilingüismo en Estados Unidos, y supe que el fenómeno cuenta con sesudos trabajos de lingüistas que sopesan el estatus del español, que seguramente será distinto en Francia. Parece que de tener la opción se busca hablar el idioma con más status. Un ejemplo real son los centros comerciales como San Atonio Texas donde el 80 % de las personas que deambulan de compras son hispanas, pero se comunican en inglés. Pero esto es lo técnico. En lo personal busco sensaciones cuando te leo. Por eso añoro los olores terciarios de tu bouquet esos que sólo noto cuando trasmites esa sensación de no estar escribiendo francés ni español. Sino tu lengua.