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lundi, juillet 02, 2007

El mar

Lo que más extraño de Lima, en cada ciudad a donde voy, es el mar... Ese espacio vasto por donde siempre soñaba escaparme a algún lugar (al frente está el Jaón)... Hace un momento fui a caminar por la avenida Obreggón, que es larga y llena de árboles y piletas con esculturas de la escuela mexicana del siglo XIX... Venus y el amor, Paolo y Francesca... Hay una plaza Cibeles, a unos 100 metros de la avenida Asnstrdan, que tiene la misma escultura de la de Madrid, tal vez ha sido una donación. Mientras caminaba por Obregón (y después de visitar la casa de Wilfredo Lam, de quien Michel Leiris ha escrito un ensayo), que tiene muchas construcciones "a la francesa", de la época de Porfirio Díaz, buscaba por donde fugar la mirada. Y pensaba en el mar... Encontré una libería muy buena, "El ático", llena de libros antiguos y compré "Itinerario", de Paz, para refrescar las ideas de lo que dijo sobre el México que descubro de nuevo. La primera parte, me gusta. Su mirada de desarraigo, la siento parecida a la mía. Siempre me siento una extranjera, en todas partes y en todas las comunidades. Luego me detuve en un salón de té que tenía sillones largos y lánguidos cojines, y donde algunas parejas se entregaban con fervor a sus caricias. Lo que me impresiona es que los mexicanos viven su presente con toda entrega, no miran a su alrededor, no tienen esa curiosidad picante de los limeños y los parisinos que se sientan a mirar pasar la gente en las terrazas. Luego, salió un sol muy fuerte, y luego regreso a leer a Paz, previa compra del diario la reforma en un 7 eleven... La verdad que siento que la ciudad me desborda, no sé cómo afrontarla... no por ahora... Ah, dos cosas, la primera, una frase que encontré en la exposición de un artista en la casa Lam, es del Tao... No escuches con los oídos sino con el espíritu, no sientas con la cabeza sino con el aliento, o algo así... Si la he inventado, mejor...
La segunda, es que he encontrado una traducción del libro de Georges Bataille, Mi madre, en edición de Los brazos de lucas, que perteneció a Fernando Tola. Recuerdo perfectamente mi visita a su casa, camino a Puebla. La comida exquisita que hizo y la enorme biblioteca que cuidaba con mucho cariño. También que para llegar, la pasé muy mal. Tomé un bus que me dejó en medio de una carretera, luego caminé horas hasta el pueblo donde pregunté por la Imprenta (bajo indicaciones de FT) y nadie supo decirme nada. Había muchos hombres con sombrero y botas tejanas. Yo tenía la impresión de ver una película. Mi madre, fue el último libro que Julia Kristeva analizó en el curso al que asitstí en París y que leí inemdiatamente después en su versión original. Es de un erotismo soberbio, limpio, estupendo, y la traducción es muy buena. Sé también que Tola publicó una de las mejores versiones de Los cantos de Maldoror (luego se haría una en Barcelona, en la ediorial Astrolabio), y también a una autora estupenda y desconocida en el mundo hispano, Violette Leduc (amiga de Jean Genet y de Simone de Beauvoir que la llamaba "La mujer fea")... Uno de sus libros más interesantes es La bastarda... De paso, ayer leí la entrevista a John Updike en el suplemento de El país. Citó (por fin alguien despierto!) a Nathalie Sarraute que tiene un ensayo muy bueno sobre la novela contemporánea: La edad de la sospecha. No sé si traducido, supongo que sí... bueno, después del Nouveau roman, no podemos ser tan inocentes, podemos sospechar que el lenguaje es más que un juego formal, es tracendencia, es reto, es pelea.

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