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lundi, février 12, 2007

Blanchot


Hoy ha sido un día extraño, digo eso, porque al mismo tiempo que ha sido rico en experiencias, ha sido pobre en otros aspectos. Por ejemplo darse cuenta de la calidad de ciertas relaciones humanas. Me salva Blanchot. Hoy estuve en Gallimard y recuperé el libro que ha escrito Richard Millet sobre él, de una sobriedad aplastante, lúcido, afectivo, intenso. Yo sé de esa visita, lo sé porque Millet me la contó con el entusiasmo de un niño, entonces, no puedo sino agredecerle esta entrega, porque una persona (y una mujer que escribe) es como alguien que busca la aguja en le pajar, el oro que brilla entre la lata y este libro es algo así. También me llegó una carta de Eielson, una luna brillante, hermosa. Y me da pena no haberlo conocido, me da pena que habiendo puesto un título: El último cuerpo de..., no lo haya leído. Prefiero pensar que es porque simplemente se escribe porque sí, porque no hay salida y Eielson estuvo presente, eso, solo yo, lo sé.

Solo transcribo unos fragmentos de Millet:

Plaza de los pensamientos, sobre Maurice Blanchot, Gallimard 2007.

Resumo la introducción, la descripción que hace Millet de la casa de Maurice Blanchot (recuerdo que me habló de esa visita con el entusiasmo de un niño a la que no pude asistir) es de una Zona residencial (como él dice: la mano puesta de la técnica sobre el lenguaje, casi un eufemismo), con escasos espacios verdes, una casa austera, con muchos libros y pocos objetos, un solo espacio para trabajar, sin ventanas, sin vista: "Blanchot trabajaba mejor en su habitación que en una mesa redonda, y de todas formas como no tenía vista sobre nada, sin nada que ver"...

(Si Maurice Blanchot no se mostró), es por esa degradación del rostro que es la imagen, es mi autenticidad que es negada (y aquí Millet habla en primera persona!), es la manera como presento al otro, en mi desnudez, como herida y consolación, nuestro tiempo podría aceptar la ausencia de imagen mientras corresponda a un rol, pero no el anonimato como signo de pureza (de la necesidad) de la experiencia interior: cómo, a la luz del día hacer escuchar estas dos palabras: soledad esencial?

Un hombre viejo, sí, que creíamos inmortal porque habiendo, con su poca salud, de alguna manera encarnado mejor que nadie la desaparición del escritor, muriendo de no morir, y sin embargo sobreviviendo, vigilante intransigente, el más dulce de los hombres, de una gran bondad, me decía su hija adoptiva en los años 90, cuando empezó a ocuparse de él como que se nutría de cremas volteadas y de sopa liofilizada, pero atento a todo lo que concernía lo humano, sobre todo a los amigos, y siempre capaz de indignarse políticamente.
Foto: Blanchot (derecha) al lado de Emmanuel Levinas, una de las pocas fotos rescatadas del autor anónimo voluntariamente.

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