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mercredi, décembre 20, 2006

La enfermedad

La enfermedad ha sido, es, uno de los temas más importantes en la literatura. Pienso en Marcel Proust escribiendo postrado sobre su cama o en Dostoievski, haciendo lo mismo luego de sus crisis de epilepsia, o, más recientemente, en Hervé Guibert, sabiendo que iba a morir. La enfermedad agudiza ciertos sentidos, hace que las cosas, la vida, las realciones, adquieran otro valor. La enfermedad es un estado de conciencia. Y su proceso dinámico, su creación, es el silencio. Digo esto porque desde que llegué me sorprende mucho haber oído hablar mucho, demasiado, sobre enfermedades. Me da la impresión que eso responde a un estado de ansiedad, de sentimiento de inseguridad, como si todos los miedos que la sociedad proyecta se uniesen en un síntoma. De alguna forma las enfermedades son resultados de heridas espirituales que no logran salir, por eso, a no ser que se trate de una infección, o un virus, todo cuerpo está hecho para funcionar. Cuando digo que es impresionante que todo el mundo hable de enfermedades, desde las más variadas hasta las más complejas, como una suerte de sicosis colectiva, nadie me toma en cuenta. No lo sé, pero creo que es como cuando un niño se corta un dedo y llora desconsoladamente porque no comprende la magnitud del corte. Aquí es igual , todo el mundo llama a la madre, o al padre, ausentes, y reclama su atención. En suma, es una sociedad completamente infantilizada, con egos muy frágiles, necesitados de la mirada de reconocimiento. Mucha gente se medica, por ejemplo, si algo va mal, zas!, pastillas antidepresivas, si, hay angustia, pastillas, si me duele el pelo, pastillas. Es una sociedad que consume la medicina como una industria milagrosa, para todo hay una medicina. No es que en Europa sea mejor, ni siquiera que sea menos consumista, sino que se acepta que la enfermedad puede tener otra interpretación menos dramática, es parte de la vida como la noche al día, es el complemeto de un estado sin mella, o algo así. Tal vez si tuviésemos menos miedo, si estas ideas se hicieran menos enigmáticas y más humanas, y también necesarias, no sufriríamos tanto. Sucede así con la idea de fracaso y de éxito. Todo el mundo maneja una idea de fracaso y éxito que hace valorizar una vida en jerarquías no siempre elegidas, sino más bien impuestas desde el afuera. Si solo se vieran estados, situaciones, movimiento, el drama desaparecería. Pero, el drama se nutre de la creencia, de la superstición, de los miedos que atrapan y no dejan libres a las personas que se someten. A veces es un poco más fácil, pero termina siendo una tortura.

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