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jeudi, octobre 26, 2006

El padre


Pienso esta mañana en mi padre, luego de haber hablado de esos matriarcados invisibles, enraizados en distintos lugares. Quiera que sea visible, quisiera verlo. Nunca lo he visto totalemente si no ha sido través de otros hombres, entre la fuerza de la autoridad masculina, el miedo de mi deseo, y no saber cómo contenerlo, y el invierno que dejó su partida. Tratar de hacer visible esa ausencia que se abrió un día como una veta enorme y que nunca se llega a llenar. Mi padre fue el primero en hacerme leer, él venía cada domingo con un libro y me lo dejaba con la consigna de que hubiese terminado la semana siguiente, en su próxima visita. Pero también fue ese padre nervioso que perdía el control y que me hizo desconfiar de su autoridad, casi detestándolo. Todas esas fallas afectivas que yo he tratado de reparar acercándome a una persona, luego a otra para tratar de construir una imagen en la ual reconocerme. Lo más difícil es esa imagen que nos distorsiona y en la que no nos vemos si no es con una máscara, y yo querpia ver un rostro limpio, feliz. Yo he tratado de calmar ese fuego de la insolencia y por eso, nada me fascina más que la ternura en un hombre. Cuando veo algunos de los libros que he escrito, veo que esa mujer insatisfecha, desesperada por organizar un mundo donde el placer y el sueño fuesen posibles, se fabricó un hombre a la medida. Uno que supiera desactivar esa parte de desconfianza, de miedo y de despersonalización que siempre he sentido frente a una mirada masculina. Racheter en francés, compensar, redimir, exultar esa falta, con amor. A través del cuerpo, entendemos cuán vulnerables somos, pero también que hay una frontera con el otro, el hombre, abismo que solo el afecto puede hacer desaparecer para entonces dar el salto y bailar como en una playa soleada, con los pies descalzos. Mi padre era un hiper-activo, siempre ha viajado mucho y a eso le debo el haberme hecho descubrir el Perú, paisajes impresionantes de una soledad casi cósmica, pero en los que he soñado con crear mi propio mundo. A él le debo en parte mi capacidad de imaginar y soñar, obsesionarme con una imagen, un olor, una forma, un gesto. Pienso en nuestras tardes en la Playa de San Bartolo, en la casa de mis primos hermanos, frente al mar. Una niña recogía conchitas para meterlas a una caja y hacerlas sonar. De pronto se volteaba a buscar el cuerpo del padre, que ya no estaba, se debía haber metido al mar, con ese hedonismo que lo caracterizaba, con esas ganas de vivir que nunca aceptaron una casa, una mujer, hijas y un hijo. Ese padre insatisfecho y fuera de la realidad que me empujó a escirbir para llenar una ausencia. Ese padre... del que hablo sin hacerlo, del que veo una parte y a quien quisiera decir que quiero, para que deje de ser un extraño. Me digo que un día, un día, seré capaz.

Foto familiar en Chaclacayo: mi Arcadia.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Volver a la infancia y descubrir la ternura en los brazos del ausente...

Sólo quería decirte que siempre te leo, aunque nunca comente, aprendo mucho contigo.

Un abrazo Patricia, desde esta Lima que ya empieza a estar soleada.