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jeudi, septembre 14, 2006

Llegar


Cada vez me dan más ganas de usar el blog a manera de diario, pero el hecho de que no sea realmente íntimo, por ser leído, me lo impide. Ahora me decía que gracias a algunos diarios, el de Anais Nin, el de Virginia Woolf, el de Julio Ramón Ribeyro o el de André Gide, yo me he recompuesto, he visto que no soy la única en asumir riesgos y estar un poco errante en la vida. La libertad tiene que ver con las elecciones, con la ausencia de ataduras, es ahí cuando escribir se convierte para mí en algo realmente vital. Una imagen de una estación del tren, una persona que pasa, un tono de voz, un cielo. Escribo desde la estación de tren en Niza. Mientras el avión iba a tocar el suelo, veía a algunas personas retozar sobre el mar transparente, los hoteles de la Costa Azul... No sé muy bien cómo llego hasta aquí, los azares se van juntando y yo me apoyo en ellos para seguir observando el mundo. El peso de mi equipaje me hace titubear, quisiera tener una maleta pequeñísima, con lo indispensable. Y la computadora.
Hay un brillo de una noche en la Plaza Garibaldi que me gustaría describir y todavía no puedo, tal vez sea en otro fragmento, no lo sé. Cuando subí al tren una mujer estaba leyendo el mismo libro que ayer acabé en el jardín de la casa de mis amigos de París (el de Laurens). Le dije que lo había leído y me mencionó que le gustaba y le parecía interesante y osado. Luego me vine a escribir a mi butaca, esperando que el tren salga para Saorge y allí esté esperándome Martine, sin quien no podré llegar hasta el monasterio donde quiero terminar un trabajo. Estos últimos días he estado pensando en mi madre, esto, a raíz del diario de Anais Nin. Me pregunto si podré darle lo que ella me ha dado, confianza en mí misma, pese a todo. Si podré compartir un poco lo que yo veo. En Berlín me hubiese gustado que estuviera en la lectura, se hubiese sentido legitimada, hubiese sentido que ha sido una excelente madre y que yo le debo mucho de lo que soy. Como a Anais Nin me da miedo fallarle a las personas que quiero, no demostrarles o decirles a tiempo que las quiero, reconfortarlas. Creo que fue lo que más me dolió con mi abuelo, y con mi padre. Mi relación con mi padre siempre ha sido apasionada, difícil, terrible. Ese es todo un capítulo. Mi relación con el mundo depende también de él. Y ahora, lejos, me digo que a lo mejor me necesita. Entonces me siento culpable de estar tan lejos y no darles apoyo, de no ser la hija que debería ser, la madre que no soy...
Pero, esta opción, la de seguir su propio movimiento, la de autorizarse a ser una misma, ¿no es acaso una manera de estar más cerca de ellos?
Más que palabras, mi madre me ha dado afecto, cariño, cariño incondicional. Por supuesto, nuestra relación no ha sido convencional. Yo me he ido de casa a los diesiséis y definitivamente a los diesiocho. Desde entonces mi madre siempre se ha quejado de mi ausencia. A veces pienso en el libro de J.M Coetzee, La edad de hierro. Un hermoso libro, un verdadero libro. Anais Nin dice que los escritores escriben lo que otros no escriben, ni dicen. Una periodista me preguntó en Berlín por qué había tratado el tema de la locura en Stabat Mater, le contesté que porque nadie se daba cuenta de que en una sociedad donde las personas están constantemente expuestas a la violencia, se ven también expuestas a cierta forma de alienación y, al final, su lenguaje se enferma, se daña moralmente y emocionalmente. Los lugares donde la violencia se hace concreta, se convierten en un hospital psiquiátrico general. Todo trauma existencial deja una huella en el lenguaje. Me parece clarísimo, y yo tenía que decirlo. Es linda esta estación de Niza. Pienso en un encuentro que tienen André Gide y Simone de Beauvoir que entoneces enseñaba aquí.

Mañana en Saorge.

Esta Noche ha llovido espectacularmente, con unos truenos que resonaban en la montaña. Y esta mañana el panorama que se dominaba desde la cocina era impresionante. Las montañas estaban cubiertas de bruma, el jardín como transpirando humores, aromas de flores, humedad... Creo que si vuelvo a este lugar es porque me recuerda en algo a la hacienda de mi abuelo en Cora-Cora. Tengo la imagen clarísima de cuando llegamos un día a esa casa sencilla, austera, en medio de la montaña de la sierra peruana y sentí la misma relación con la naturaleza. A mi llegada a Saorge, los demás escritores comían en el jardín, iluminados con fotóforos, en el centro resaltaba un gran ramo de flores silvestres. Y esta mañana llueve profusamente, y yo deseo trabajar. Lentamente, como una caracola que se desliza por la tierra húmeda del sur de Francia pensado que es la casa del abuelo.

1 commentaire:

Anonyme a dit…

Lo mejor de hoy: "Hay un brillo de una noche en la Plaza Garibaldi que me gustaría describir y todavía no puedo"; Me gustan sus contrapuntos de sensibilidad entre culturas. Y estoy con los que tuvieron que alcanzar su libertad huyendo de sus padres...(me encantas)