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lundi, juillet 31, 2006

Estoy en Barcelona, bajo los efectos del calor extremo que hace este verano en Europa. Todos los días el sol aparece temprano y no cesa hasta la noche. Ahora entiendo por qué Camus decía que el sol de España es cruel. Hay una especie de imposición natural que sabotea el cuerpo y la mente. Siento que le pertenezco a la naturaleza y que hay que resignarse a estar sudada y cansada, andar lento, cambiar de ritmo. Ayer, en casa de un amigo catalán que es pintor, estuve a punto de desmayarme cuando trataba en mostrarme unos dibujos que ilustrarán una exposición de Lautréamont. La ventana estaba cerrada y no había aire sino una especie de vaho húmedo y denso. La atmósfera parecía estático y sin oxígeno. Fue raro sentirse tan descompuesta por el clima. Yo, que sueño con ir al África del norte, me digo que a lo mejor no soporto temperaturas extremas...mmmm... veremos...
Releo el diario de Julio Ramón Ribeyro: La tentación del fracaso. Me interesa la relación que se establece entre el soma y el cuerpo, es decir, en la somatización de un malestar existencial. Cierto, Ribeyro ha sido capaz de observar sus límites y debilidades, incluso su propia mediocridad, y exponerlas observándolas con la vocación de un etnólogo. Lo que no acabo de entender es si la enfermedad desata esto o es que su siempre estuvo así, de ida y vuelta de toda experiencia, incrédulo hasta la médula. El mismo dice que nunca pudo construir personajes y novelas épicas, porque carecía de ello, más bien se situó en lo individual, en lo fortuito. Y al final de cuentas no debía ser un problema para construir lo que podrá decirse “su obra”. Tener la idea de que se construye “una obra”, es de por sí, bastante ambicioso (ahora ya ni entiendo cuando dicen “obra”, me suena pomposo, salvo por el sentido etimológico del término), ¿entonces?... ¿qué sucedía? Tal vez lo que dije antes, que era capaz de ver sus debilidades y su incapacidad de llevar a cabo una empresa posiblemente porque se había impuesto un modelo que no iba con su carácter, simplemente porque si se hubiese visto como un simple mortal, una persona que escribe y punto, su malestar, su culpa, hubiesen disminuido. Y sin embargo, escribir fue su debilidad y su fuerte, lo que le hizo vivir intensamente, su pasión más importante (es impresionante su método para llevar a cabo ciertos proyectos, su rigor... esa es la contradicción). Su diario me recuerda más al de Paul Léataud, a quien admiraba, más que al de André Gide o el de Michel Leiris, a quien leyó ya en Lima. Claro, en sus ideas estéticas, incluso morales, Ribeyro era un clásico, un conservador, no un rebelde o un contestatario. Tal vez (me atrevo a decirlo con años de distancia) la somatización, la enfermedad de la cual habla en todos sus textos autobiográficos haya sido la culminación de una resistencia pasiva, sin atreverse a hacer verdadera explosión, en su interior. De ahí el título: La tentación dle fracaso. Pienso en otro texto, este caso se trata de una novela, que leí en el monasterio de Saorge. El libro se llamaba Marte y el autor es un alemán, Fritz Zorn. No escribió sino ese libro el día que supo que se iba a morir de un cáncer. Para él su educación pequeño-burguesa-represiva contra toda libertad individual, fue una educación para la muerte, una educación para terminar en analogía con lo que se ha vivido. Lo dice, y lo analiza sin melodrama. Ribeyro, como Léautaud, eran más bien hijos de una pequeña buguesía, trabajadores sin rabia, sin contestación, pero, en el caso de Ribeyro conscientes de su situación dentro del mundo, de su incapacidad de salir de su laberinto kafkiano sino era a través de la renuncia a cierta parte de sí mismo y a una cierta inercia. No actuar, no atreverse nada. Ribeyro me reprochaba mi necesidad de acción, de estar siempre con combustible. Recuerdo que una vez me dijo: tu ne fais pas les choses, tu débacles (no haces las cosas, tropiezas). Y yo me reí y le contesté algo así como que siempre me levantaba. Yo interpreto mi acción como la de un músculo, la de dar un zarpazo para atrapar algo que está en el aire. Es también uan noción del deseo en forma activa.... Éramos muy distintos y hemos llegado a ser amigos aunque yo era lo que se dice una chiquilla, y de muy mal carácter. Ribeyro ha vivido intensamente, incluso débil físicamente. Sabía disfrutar de la vida, de placeres espirituales, delicados, de la comida, de un cigrarrilo, de una compañía, además de los libros. Seguiré con mi diario. El viernes regreso a París y allí, como Ribeyro, pasaré el mes de agosto entre libros y bibliotecas. La ciudad estará vacía, menos ajena, más silenciosa.

Conflicto

Una pregunta que no ceso de hacerme es si uno puede confiar en la palabra, en la palabra dicha y escrita. En que el diálogo, la persuasión, existan. Me da pavor cuando los conflictos alcanzan picos de violencia, cuando la palabra desaparece. Analizar un problema, comprenderlo, depende de nuestra perspectiva y de los intrumentos que tengamos en nuestro poder para hacerlo. Pero es posible que ciertas personas (de ahí los conflictos) nunca deseen ver ni escuchar nada, es como si fuesen ciegos ante cualquier llamado de atención, casi diría que hay personas que cuando se les pone frente a otros que no son de su misma cultura (incluso simplemente por haber vivido otro tipo de experiencias) como si se les pusiera delante de un cuadro abstracto, no leen, ven solo formas abstractas y por eso ignoran que están frente a otra persona, de una sensibilidad concreta (ahor apienso que remotamente todos buscamos una fusión en la comunicación, como con una madre, en un estado de armonía ideal). Siempre vuelvo a este tema porque soy como una creyente que piensa que una transformación espiritual es posible, por eso, la pasión, la fuerza de un texto, su vehemencia, me conmueven más que una arquitectura bien pensada o una idea bien expuesta (acabo de entregar un texto a manera de epílogo: cada vez me interesan más las imperfecciones en un texto). Yo creo que a lo mejor hay formas de estar en el mundo, una de ellas, de forma cautelosa, preventiva y más racional, otra, más vehemente, movible, apasionada. Todo esto no es psicología, ni conductismo, es simplemente intuición. Si no fuera tan ingenua como para creer que un libro toca una fibra interna de una persona, como me ha sucedido a mí, transformando una vida, no escribiría. Eso no me lleva a pensar que un gesto, una caricia, nos sean igualmente importantes. Y al mismo tiempo me digo que si avanzo sin esperar nada, sin creer fundamentalmentee en nada, seguiré el camino de la virtud, aunque no pueda evitar cierta irritación ante cierto cinismo, cierto desapego. Para concluir sin concluir, todo parece una cuestión de personalidad e imagen: mientras creamos en nuestra propia fuerza de acción, en que trascenderemos nuestra circunstancia, la máquina el deseo sigue en movimiento, si dejamos de confiar, si nos ponemos supersticiosos, creo que perdemos nuestra fuerza: ese deseo... en fin, son ideas... pienso que pueda ser que algunas personas no tengan nada qué decirse, aunque... el atenuante es importante: estoy convencida de que la vida es un enigma y que no podemos si no sorprendernos con cierta alegría y un poco de humildad...

Y todo podría ser una cuestión de deseo y de resistirse a renunciar a él porque es terrible luchar contra su deseo, es agotador.

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