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jeudi, avril 13, 2006

La mala educación

Ayer, en un programa de la televisión, francesa, se habló de la situación de las universidades aquí: en la clasificación mundial, !ocupan el número 46! Por la noche asistí a oír una conferencia de Jorge E. Zavaleta, escritor peruano que está de visita en París. Zavaleta habló del problema, casi imposible de resolver, de la educación en el Perú. Las únicas universidades que parecen interesarse por sus estudiantes (invirtiendo dinero en cada uno de ellos) son las norteamericanas. Harvard en primer lugar. De pronto pensé cuáles eran los elementos de valor con que se establecían estas jerarquías: hablaban de una educación destinada a formar personas autónomas, capaces de pensar por sí mismas, capaces de adaptarse al cambio, de ser más humanas y más talentosas en su vida cotidiana, de compartir y construir con los demás, en suma, de valores humanos, o de una educación instrumental, destinada a hacer de nosotros un valor agregado en una sociedad o una empresa. Me refiero a esa acumulación fría de conocimientos que está garantizada con un diploma en una universidad. Es decir, el hecho de poseer información y saber organizarla para aplicarla a una situación concreta es una forma de inteligencia práctica, puesta a servicio de una situación, pero no es lo único que debería dar la educación. La educación podría aspirar a hacernos mejores personas, no tanto expertos en algunas cosas en la prosa del mundo, si no en saber vivir. A lo mejor, con el tiempo, se valorizarán otras cosas, la vida más sencilla, la quietud, la conversación cálida, la vida afectiva no lo sé. Pero las sociedades post-industriales han hecho de la educación un instrumento de éxito social, no personal (y ese podría ser el caso de los Estados Unidos). La soledad del que se sabe poderoso pero solo, es terrifiante (galicismo válido para este caso) , y no creo que ese tipo de éxito sea envidiable, es más seductor para mí, una persona que con la edad ha aprendido de la vida, que ha acumulado sabiduría. De lo contrario, cualquier diploma, cualquier reconocimiento me parece vano.


Ruanda

Esta mañana, entrevista en la radio France Culture a una terapeuta Ruandesa sobre la masacre entre tutsis y hutus (http://www.ub.es/conflictes/conflictes/paisos/rwanda/rw_sint.htm) que se produjo en este país frente a la impasibilidad de la comunidad internacional. 2500 solados de la ONU estaban presentes, pero no se les pidió intervenir. Esta mujer, con una lucidez que me impresionó, dijo algo que es muy cierto. Es un derecho recalamar que esta masacre sea reconocida como una herida que se debe curar con decisiones políticas y humanitarias, pero antes de poder curar la herida, es necesario que el paciente esté en condiciones de hacerlo. Habló de los cientos de niños huérfanos cuyas familias han sido masacradas por los verdugos. Preciso, esta masacre sucedió entre vecinos por cuestiones religiosas y étnicas, por una cosa que es casi imposible entender: qué hace que alguien se ensañe con otra persona de manera tan atroz y con tanto odio? Bueno, esto sucedió el año 1994, no hace mucho, recién ahora se habla dfrancamente y se establecen responsabilidades. Otra cosa que dijo es que la mayorìa de gente ha perdido la noción de la diferencia entre un problema de índole menor y la situación en la que se encuentran los que lograron salvarse de las manos de sus verdugos, sin casa, sin apoyo y completamente traumatizados. El esfuerzo que hacen los mismos ruandeses para poder perdonarse entre ellos, es impresionante. Y es cierto que mucha gente ignora lo que sucedió y tampoco les importa mientras todo ande bien de su lado. Es la indiferencia del que se siente invulnerable, la vanidad del tonto. Hay personas, decía ella, que juzgan más importante el hecho de perder su gato que la vulnerabilidad de un niño ruandés, esto, por las cuestiones de proximidad que funcionan siempre: a mi gato lo veo!. Pero hay que saber trascenderse, diablos! No se puede vivir siempre en el solipcismo. Una buena educación debería favorizar justamente eso, la alteridad, ponerse en el lugar de los otros y sentirse impelido a actuar. La indiferencia y la inercia es un síntoma de malestar espiritual, de desertificación humana, como si las personas estuviesen vacías o fuesen zombies desplazándose por el mundo. Han habido, y hay discurso que denuncia el “victimismo” como una nueva tendencia, esto, para exonerar de cualquier análisis cualquier abuso, cualquier atrocidad, y entonces, nadie opina, nadie se mete, la fiesta continua hasta que se sientan vulnerables o en peligro. ¿Y tiene que ser siempre así?
No!

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