Pages

lundi, octobre 31, 2005

Escribir

El trabajo de escritura no es una cosa deseada, es algo extraño, algo que viene desde el silencio y va hacia él. Es como una mancha en el papel, que se marca una vez que el cuerpo está cargado y puede dejar gotear su humor en forma intelegible. Es como silbar sola en un corredor oscuro y desconocido, a veces, otro silbido lo reconoce y contesta, pero siempre desde el silencio. No es en el terreno de la doxa que se impone, es en el de los sentidos y por eso, no trata de convencer sino de hacer sentir. He ahí unas cuantas coordenadas sobre lo que para mí es escribir. El pensamiento de alguna manera es infinito, como el deseo, y la única forma como lo podemos fijar es dejándolo escrito, y eso, después de tener la voluntad de hacerlo. A veces me puedo pasar horas pensando en lo que voy a escribir y no hacerlo sino en el instante en que me parece irremediable, ahí, escribo. Es ahí cuando realmente se trata de una escritura; no busca miradas complacientes, ni elogios, simplemente tiene que existir...
In vita vixit!

vendredi, octobre 28, 2005


A qué país pertenezco:

Al de mis ideas y mis sentimientos, al presente que trata de no mirar el pasado y no piensa en el futuro, a mi necesidad de nombrar, a unas cuántas frases y sensaciones, siempre en movimiento, al grito de Camille Claudel, a la soledad de Vallejo, Rimbaud, y a la locura de Artaud... a la fuerza insubordinada de Virginia Woolf y Flora Tristán, a la arrogancia de Lautréamont, a la vocación humana de Simone Weil y a la inteligencia de Hananh Arendt, al Perú, al sol de Lima, al mar, a los cerros de Chaclacayo, a mi madre (Miryam) y a mi padre (Guilllermo) y a mis hermanos (Dante, Miryam, Rossana), a la ternura de Patricio, a las películas de Irgman Bergman y Antonionni, a Godard y a Rossellini, a Martín Adán y a Mario Vargas Llosa, y a Julio Ramón Ribeyro, a Kafka, a Dostoievski, a Chateaubriand, a Juan de la Cruz (y nunca podré nombrar a todos), a mis amigas, Elba y Tatiana, Rossella (y tampoco), a la soledad de algunas calles de París y al sur de Francia, y a los Pirineos, y en especial el Liceo imperial de Lautrémont, y al centro Pompidou y al lujo de la noche de Lima y el de París, a Torino, a Marsella, a Madrid, a Barcelona, a Tokio y a Nueva York, y a todas las ciudades con las que sueño, a cada una de esas personas que yo he encontrado y que he tratado de querer de alguna manera, a cada uno de esos instantes por efímero e imperfecto, como lo entendía (mi) Nietszche y como lo rechazaba (mi) Emmanuel Kant, y a ese tiempo que atemorizaba a (mi) San Agustín e inspiró todos esos textos sobre el mundo (y sobre Dios) y sobre nosotros, a todo lo que me hace fuerte. Y... por el plural que siempre me habita, por ese tumulto... pertenezco, entonces, a todas partes y a ninguna, a mi país, el Perú, y sobre todo, a Francia por haber sido mi fatum, pero siempre a Perú y siempre a Francia... El deseo es lo único que me une y me mueve, la incandescencia de mi deseo, como el fuego.

foto: Camille Claudel fotografiada por CESAR.

Macht point


La última película de Woddy Allen, toca un tema tabú: el crimen. Es la película más bergmaniana de este director que siempre se ha caracterizado por su humor corrosivo, ingenuo, y juguetón. Aquí , es la impunidad del crimen lo que cuenta: hasta qué punto un crimen queda impune por una cuestión del azar, por la astucia del que lo comete, hasta qué punto la fatalidad es posible? De ahí las referencias clásicas de la película (Sófocles) y en las contemporáneas, Dostoiesvki.
En la mañama, escucho un programa en France Culture sobre los grandes crímenes en la historia, el último fragmento corresponde a la tragedia de Ruanda. Decía el analista: es difícil entender qué sucede con la cabeza de estas personas. Para comprenderlas recurrimos a diarios personales, a su correspondencia y, en casi todos los casos, sentían que obedecían órdenes.
Esto me hace pensar en el texto de Hannah Arendt, Eischmann en Jerusalén, a raíz del cual se le acusó de banalizar el mal al atribibuirlo a una alienación con la estupidez. Buscaré el fragmento para citarlo... Otra cosa que decía el analista es que la mayoría de países donde este tipo de crímenes masivos se producen (por razones religiosas, étnicas o políticas) sucede cuando no se sienten observados por la comunidad internacional. El deber de injerencia es un nuevo concepto ético que significa estar obligado a intervenir cuando la situación lo exige. Hay guerras que se justifican? No lo sé, pero sí creo que es necesario defender un estado de derecho, un principio de justicia que actúa de manera légímitima, respetando ciertos acuerdos. La justicia no es sólo el miedo al castigo (como se lo plantea Raskolnikov en Crimen y castigo), sino una prohibición a dañar la vida de un Otro, como lo veía Emmanuel Levinas: el rostro del otro es la prohibición del crimen.
En la foto, Woody Allen y Scarlett Johansson

jeudi, octobre 27, 2005

Por qué Weyergans

Si fuese miembro del jurado del Premio Goncourt votaría por François Weyergans por el placer de haber leído su libro, por que es cálido y curioso y es sublime conversar con él, porque cuando lo conocí me dijo que tenía una foto del Alpamayo, cuando estaba en la casa de Jean Piaget, pegada en un muro, porque siempre sueña con todo lo que no posee, porque en París nos poníamos a mirar vitrinas y a soñar en amoblar una casa en México, porque hizo películas que fueron un fracaso, porque no creo que le importe el premio Goncourt, porque es distraído y al mismo tiempo, brillante, porque hace que su interlocutora se sienta bien con él, porque escucha y siempre dice: oui, oui, oui, antes de ensayar una respuesta, porque me contaba anécdotas impresionantes sobre Fellini, Poulenc, Camus, porque es refinado y tiene las mismas exigencias con sus amigos que yo, porque contesta el teléfono a medianoche y manda SMSs a la velocidad de un rayo, porque... por muchas razones y a lo mejor, porque Francia no sería lo mismo para mí sin él...

Pr te, Fr W.

mercredi, octobre 26, 2005

Goncourt


La última línea al Goncourt, se corre según dicen los expertos (Frédéric Beigbeider dixit) señoras y señores, entre François Weyergans (Tres días en casa de mi madre, Grasset)y Michel Houellebecq, (La posibilidad de una isla, Fayard, en noviembre, en Alfaguara), las distancias son mínimas, de cerca, los sigue Jean-Philippe Toussaint (Fuir, Minuit), y la polémica existe, Toussaint recibe ataques en un libro de título La literatura en el estómago, que podría llamarse: Cómo destrozar a un escritor? Y todo el mundo se debate entre el gusto (y el susto!) de que Houellebecq gane con su libro polémico, ofensivo, flotante, pero, hay que reconocerlo, que no está mal (sic), o que sea el encantador Weyergans, tan refinado, tan divertido, tan vivo, tan parisino.... la opción menos terrible.... La primera semana de noviembre se barajan las últimas cartas, por lo pronto, el diario Le monde anuncia su última selección el próximo juevesy el Renaudot, mañana, que está entre Richard Millet y Yasmina Kadra. Et patati patata...


En la foto, Weyergans en posición un poco... belicosa? Foto del diario Le monde.

dimanche, octobre 23, 2005

Adolfo

Benjamin Constant (1765-1830), sólo escribió dos novelas, además de numerosos escritos políticos, Adolfo y Cecile. Es de la primera que deseo hablar, porque, releyéndola, he descubierto que su personaje principal, Adolfo, es de completa actualidad. Adolfo es un joven que se enamora de una mujer mayor que él, pero no es un amor generoso, valiente, no, es un amor cobarde, inseguro, especulador... Y Eleonora, la protagonista, sin ser víctima, porque actúa y exige, se hunde poco a poco, hasta morir. Es un drama muy de su época, sólo que la sobriedad del estilo y la lucidez del contenido, lo mantienen vivo. Cuelgo dos cartas que están al final del libro (la novela en castellano, se puede encontrar en por Internet, en el www.elaleph.com), la primera, del autor al editor y la segunda la respuesta de éste. Creo que Adolfo es ese quidam de nuestra época, hombre o mujer, profundamente humano y, por eso, tan débil, tan perfectible también.

Nota bene: Ayer publiqué un comentario personal sobre el libro de la poeta peruana, Carmen Ollé en el suplemento Babelia, del diario El País http://www.elpais.es que se puede ver en su edición digital sin suscripción. La columna que está reservada a autores latinoamericanos, se llama Verbo sur.


Carta al editor de la novela Adolphe, de Benjamin Constant

Le envío, señor, el manuscrito que ha tenido la bondad de confiarme. Le agradezco este gesto, aunque haya despertado en mí algunos recuerdos tristes que había borrado. He conocido a la mayoría de personajes que figuran en esta historia, porque es demasiado verdadera. Yo he visto muchas veces a ese extraño y desafortunado Adolfo, quien es a la vez el autor y el héroe; y he tratado de arrancar a través de mis consejos a la encantadora Eleonora de su lado, digna de una mejor suerte y de un corazón más fiel, al ser perjudicial, que no más miserable que ella, la dominaba por una especie de encanto, y la destrozaba con su debilidad. Hélas!, la última vez que la vi, creía haberle dado un poco de fuerzas para armar su razón contra su corazón. Después de una larga ausencia, regresé a los lugares donde la había dejado, y no encontré más que una tumba.
Usted debería, señor, publicar esta anécdota. No puede de ninguna manera herir a nadie, y no sería, a mi punto de vista, sin sentido. La infelicidad de Eleonora prueba que el sentimiento más apasionado no puede luchar contra el orden de las cosas. La sociedad es demasiado fuerte, se reproduce de diferentes maneras, y procura demasiadas amarguras al amor si es que no lo ha sancionado; la sociedad favoriza esa tendencia a la inconstancia y ese cansancio impaciente, enfermedades del alma, que surgen muchas veces en medio de la intimidad.
Los indiferentes ponen un cuidado maravilloso en enredarnos en nombre de la moral y son dañinos por fidelidad a la virtud; pareciera que la visión de la afección les molestara, porque son incapaces de sentirla; y cuando se pueden valer de un pretexto, gozan atacándola y destruyéndola. Infelicidad entonces para la mujer que se recuesta en un sentimiento que reúne todo para envenenar, y contra el cual la sociedad, mientras no se vea obligada a respetarlo como legítimo, sirve de todo lo que hay de peor en el corazón del hombre para elimimar todo lo que posee de bueno!!
El ejemplo de Adolfo ne sera menos ilustrativo, si le añade que después de haber rechazado al ser que amaba, no ha estado menos inquieto, menos agitado, ni menos descontento; no hizo nada con su libertad reconquistada al precio de tantos dolores y lágrimas; que haciéndolo digno de censura lo hacían también digno de piedad.
Si necesita pruebas, señor, lea las cartas que le instruirán sobre la suerte de Adolfo; verá que en circunstancias diferentes es siempre la víctima de esa mezcla de egoísmo y de sensibilidad que se combinan en él para su mala suerte y el sufrimiento de los otros; previniendo el mal antes de hacerlo, y retrocediendo con desesperación luego de haberlo hecho; castigado por sus cualidades que se alimentaban de sus emociones y no de sus principios; a su vez el más fiel de los hombres y el más duro de ellos, pero siempre terminando por ser duro, luego de haber comenzado por la fidelidad, dejando así sólo rastros de sus errores.

RESPUESTA DEL EDITOR

Sí, señor, publicaré elmanuscrito que me ha envíado (no es que piense como usted en su utilidad; cada uno aprende de su lado en este mundo, y las mujeres que lo leerán se imaginarán todas haber conocido a alguien mejor que Adolfo o ser mejor que Eleonora); pero lo publicaré como historia verdadera de la miseria del corazón humano. Si encierra una lección instructiva, es al corazón de los hombres a quienes está dirigida: demuestra que ese espíritu del que estamos tan orgullosos, no sirve ni para encontrar la felidad ni para darla; prueba que el carácter, la firmeza, la fidelidad, la bondad, son dones que hay que pedir al cielo; y no llamo bondad a esa piedad pasajera que no vence a la impaciencia, sin impedirle abrir las heridas que un instante de remordimiento ha cerrado. La gran pregunta en la vida, es el dolor que causamos, y la metafísica más ingeniosa no justifica al hombre que desgarra el corazón que lo amaba. Por otra parte, detesto esa fatuidad de la mente que cree justificar lo que explica; detesto esa vanidad que se ocupa de sí misma contando el mal que ha hecho, que tiene la pretención de inspirar compasión describiéndose y que, sobrevolando indestructible sobre las ruinas, se analiza en lugar de arrepentirse. Odio esa debilidad que se vale siempre de los otros para justificar su propia impotencia y que no ve que el mal no está en los alrededores, sino más bien en ella. Habría adivinado que Adolfo ha sido castigado con su carácter por su mismo temperamento, que no ha seguido ninguna ruta trazada, realizado ninguna carrera útil, y que ha consumido su talento sin otra dirección que el capricho, sin otra fuerza que la irritación, hubiera, digo yo, adivinado todo eso, aún cuando no me hubiese contado los detalles de su destino, del cual no sé si me serviré. Las circunstancias son poca cosa, el carácter lo es todo; vanamente rompemos con los objetos y las personas exteriores sino sabemos romper con nosotros mismos. Cambiamos de situación, pero transportamos en cada uno de nosotros el tormento del que pensábamos liberarnos, y como no nos corregimos desplazándonos, añadimos sólo remordimientos a los remordimientos y faltas a los sufrimientos.

samedi, octobre 22, 2005

MADRE


Madre, hace mucho tiempo que quería escribitre para decir muchas cosas, cosas que nunca me he atrevido a decirte, por ejemplo, cuánto te extraño, cuánto extraño tu presencia, tu voz, tu manera de existir. ¿Qué sucede, mamá, es que cuando digo ese nombre, Madre, me refiero al origen, no lo sé? Lo que sé es que siempre he pensado en ti como si fueras yo, quiero decir, que cuando vivía algo importante, pensaba en cómo las habías vivido tú, pensaba en el amor de una madre, en si este es incondicional, porque conozco muchas teorías sobre el instinto, sobre ese instinto de especie, etc.. ¿y qué nos enseña, el amor se enseña de veras? Pensaba en esas tardes en que íbamos a Cusipata, en un barrio burgués como Chaclacayo, ¿un nombre quechua, verdad? Y en esas correrías, tú con el coche empujando a Rossana, mi hermana, y nosotros detrás de ti, solos, contigo, con tu separación y con tus ganas de seguir siempre Viva, disfrutábamos esos instantes como si fuesen la promesa de un paraíso, el nec plus ultra del placer. Recuerdo esas ocasiones como situaciones especiales, trascendentales, en mi vida. Cosas que me han hecho ser como soy, escribir, a lo mejor, pensar en cómo fue tu historia personal, en cómo pudiste salir sola de todo eso, si por tí misma, o por el amor a tus hijos ( o a ese fantasma de mi padre, querido siempre, pese a todo, al final, el hombre, es el Otro), yo Dante, Miryam Rossana, o simplemente, por un acto de generosidad, sólo porque se vive así, para esos seres que crecen y que ignoran su propia vulnerabilidad y se desea protegerlos, por qué, entonces, madre? Y por qué entonces yo escribo y renuncio a todo lo que me estaba destinado como una mujer, al final, los desclasados, los que vivimos en un trampolín, entendámonos, ¿por qué, yo decidí escribir y nombrar las cosas y tener esta arrogancia que es muy personal pero que tiene que ver con sobrevivir, subsistir con una especie de terquedad, de grito que no soporta el silencio? Yo descrubría tus textos de poesía en el escritorio que había sido de mi padre y te envidiaba, y me decía, ¿qué es esto de escribir, de dejar huella? Seguro, te envidiaba, a mi madre, sin saber que yo también me perdía en ese camino largo de escribir y dejar rastros, mujeres, nosotras. En todo caso esto es también un rastro, una huella, de lo que he vivido y que es yo, y es tú, y es nosotros, es ese plural de la escritura.

Foto: madre y sus hijas.

He aquí algunos fragmentos de los textos mencionados.

Me gusta que se demore en mi casa, que no baje enseguida en la noche de París para llamarme minutos más tarde, desde su celular, desde la calle Tolbiac, con estas palabras: te extraño, siempre las mismas palabras a través de las cuales trata de exorcisar lo que ella llama, la ausencia, extrañar, y que no puede ser sino una última onda de placer, sin darse cuenta que el lenguaje dice también otra cosa: que la extraño, a ella, Marina, que la pierdo, que seguro la empecé a perder el día que la conocí.

Richard Millet, Ma vie parmi les ombres (Mi vida entre las sombras), Gallimard, 2003.


Quisiera morir muy tarde y en buena salud. Hablo de la muerte, puesto que un libro que no habla de eso no se toma en serio. Los autores de autobiografías son privilegiados: tienen muchas muertes qué contar. ¿Para qué escribir sobre los muertos? La muerte de los otros nos conforta en la medida que la nuestra es preciosa, importante, esencial, única. Nuestros muertos valorizan nuestras vidas. Les sobreviviremos prometiéndoles pensar en ellos, lo que no es una ganga para el regalo que nos hacen, es decir, permitirnos seguir vivos. Por supuesto, regresando del cementerio nos alegramos que esta vez no haya sido nuestro turno. Hace tiempo que tengo un gran deseo de pasearme en pijama por la calle. Cuando tuve uno, no me atreví a hacerlo, y hoy ya no me pongo pijama. Me encantaría que los vendedores de antiguedades me regalen una mesa o un sillón que admiro, que lo hagan espontáneamente, de preferencia agregando que les gusta mucho mis libros. Me gustaría pagarme una veintena de hoteles de lujo en muchas partes del mundo, con una terraza privada con vista a un lago, un oceáno, una cadena de montañas, una avenida muy animada, en Zázibar, en Madrid, en Londres, en Lugano, en Akasaba Prince Hotel, en Tokio, en el Métropole de Bruselas, en el Hotel de Rusia, en Roma, en Duchesa Isabella, en Ferrara, en el Bosphorus Psaha, en Estambul....

François Weyergans, Trois jours chez ma mere (Tres días en casa de mi madre) Grasset, 2005.


Lloraba. Estaba de pie en el tren, y lloraba, lloraba en silencio, sin humores y sin lágrimas, la frente sudando y una camisa desabotonada. Estaba inmóvil. Tenía siempre ese plástico enloquecido en mi campo de visión que se remecía al viento como una vela desgarrada, y mi cabeza estaba inundada de imágenes contradictorias, de sol y de noche, de iluminación y de tenebras. No sabía dónde me encontraba, sentía el ronquido regular del tren de noche, cuando vi de pronto aparecer a Li Qi, quien venía de cerrar delicadamente la puerta de los wagones y avanzaba hacia mí en la penumbra azul del corredor.

Jean-Philippe Toussaint, Fuir (Huir), Minuit, 2005.

Traducción de Patricia de Souza. En la foto, el pueblo de Viam, Siom en las novelas de Millet.

vendredi, octobre 21, 2005

premios




Renaudot

En Francia se viene el mes de los premios, el Renaudot, luego, el Goncourt, famoso porque una vez le fue negado a Louis Ferdinand Celine, el autor de Viaje al confín de la noche, premio que ahora tiene como favorito a Michel Houellebecq. De paso, pongo el vínculo con el diario El Comercio, de Lima, sección Dominical del 9-10, http://www.elcomercio.com.pe, en el que he publicado una crítica sobre su última novela, Una isla posible, que debe aparecer en la editorial Alfaguara. Sucede que los premios se han convertido en una especie de campaña publicitaria para autores conocidos, y han dejado de ser la compensación de un trabajo o su descubrimiento. Por eso, si un libro no se vende o no gana premios, sus autores podrían decir lo siguiente:“es que el mundo va bien”, porque lo contrario sería sospechoso. Y hablando de eso, el premio Renaudot está a punto de designarse, Richard Millet, amigo mío, está entre los favoritos, pero no lo tendrá, no lo conseguirá porque Millet es un autor difícil, poco simpático (lo siento Mill), virtuoso en extremo, pero de alguna forma anacrónico, encerrado en ese mundo extraño de su infancia en Siom, en La corrèze francesa, entre fantasmas de mujeres que cuidaron de él y lo hicieron incapaz de soportar el displacer, por lo que sus libros son como él, terribles, (Ma vie parmi les ombres, Gallimard, 2003, es uno de los mejores), épicos, trágicos, extensos como el hilo de Ariadna, porque el aliento de su frase es impresionante, en fin, porque es un escritor y ningún premio legitimara la nobleza que debería tener ese nombre.

Goncourt

El presidente del premio Goncourt, François Nourrissier ha dicho que sino se lo dan a Houellebecq renuncia al premio o algo así. En comida con el Presidente Jacques Chirac, le comentó su deseo y él le contestó con la parsimonia que lo caracteriza: pero, mi estimado Nourrissier, Houellebecq es un escritor del bosque (sic: por querer decir, supongo el bosque de Boulogne, donde se prostituyen mujeres y transexuales)... (¡!)
Hay un autor que es el anticongourt, alguien a quien conozco y quiero mucho, ese autor se llama François Weyergans y ha escrito un libro conmovedor, Tres días en casa de mi madre, Grasset 2005, es un libro sobre el deseo, el deseo en su forma más irreverente (en ese sentido, es su lado trágico, el deseo nunca se extingue) y más libre, sobre cómo nunca, nunca renuncia a él y se mantiene vivo a través del contacto con los otros, y a través del pensamiento que es refinado y agudo, sin nada de cinismo, casi como la mirada de un niño que no deja de sorprenderse. En este libro el motor en marcha (a diferencia de Houellebecq en el que el deseo pierde y amarga a su protagonista, Daniel) es el amor, entonces, su autor es quizás la muestra de esa historia solitaria, apasioanada, inmadura, por rebelde, indomable, que es la creación. Al final, Weyergans, gana la partida. De hecho.
Otra novela, sublime, es la de Jean Philippe Toussaint, no sé si le den el Goncourt, pero haberla leído ha sido una inyección de sensualidad, de delicadeza en la mirada de ver el mundo y la relación entre un hombre y una mujer: Toussaint, no es muy conocido, aunque los rumores dicen que se habla mucho de esta novela cuyo título también es poético y sutil: Fuir (Huir, Minuit, 2005).
He visto la exposición sobre la melancolía en el Grand Palais, en los Campos Elíseos, que reúne una cantidad impresionante de obras de arte de todos los tiempos, desde grabados de Durero hasta cuadros de Francisco de Goya, pasando por Di Chirico, en todos los casos, para hablar de la melancolía, la acedia, como la conocían en la antiguedad y que ha pasado a ser conocida en nuestra época como depresión. Había fragmentos de Robert Burton, el genio que escribió el Tratado de la melancolía, traducido primero al español, y también fragmentos de Chateaubriand, Madame de Rolland, una autora epistolaria brillante, hasta fragmentos de Sartre y Houellebecq... Me decía, mientras miraba los cuadros de Goya y algunos grabados de Durero, que España había desaprovechado un lugar de privilegio en el relato cultural Europeo ( no se le considera como una país que brille por su cultura), no sólo por Cervantes y su aporte a la novela, pero por Goya y Velázquez, dos genios indiscutibles, insuperables en la historia del arte.

En la foto, arriba, jurado del premio Renaudot (atribuído a Celine, a Jean Marie Le Clézio, en la foto, en la primera fila, a la izquierda, y Michel Butor, entre otros autores).

dimanche, octobre 16, 2005

La intimidad

Ahora que colgué un texto en primera persona, pensaba en los límites de la ficción, en la autobiografía, y el neoligismo de la Autoficción. Pensaba en cómo ella compromete y a veces no deja sino la sensación de haberle confiado un secreto al lector, algo que no puede comentar....
Acabo de leer dos novelas en primera persona, entre el límite de lo que acabo de plantear, la primera es "Huir", de Jean Philippe Toussant, y la segunda, "Tres días en casa de mi madre" de Francois Weyergans. Las comentaré cuando haya tomado distancia con ambas novelas, y con uno de los autores, amigo y un poco cómplice, un poco pantera, un poco rapaz...

lundi, octobre 10, 2005

Texto

Cuelgo un texto reciente e inédito que he escrito bordeando los límites de la confesión. Pero que no deja de ser una ficción. No hay imágenes, aunque el resultado final, el libro impreso, sí llevará fotos. Lo que me interesa es la fuerza del texto, su inscripción en la sensibilidad del que lo lee . Con eso, considero que mi trabajo ha sido completado.



What’s wrong with this picture ?
Placebo


Las imágenes de este libro no pretenden ilustrarlo. Están ahí en forma de marca apenas visible, a veces, tan sólo visibles en una cierta oscuridad. Ellas revelan no sólo la parte ausente de un cuerpo querido, de un gesto o una mirada, sino también su pérdida definitiva. He intentado saber qué sucede cuando las palabras siguen esas marcas trazando un rastro en forma de cicatriz. Algo que las evoca por medio de un lenguaje casi sordo y siempre silencioso, un lenguaje que transpira. Este gesto terco desea obtener lo máximo de ellas, acompañándolas de un movimiento que casi siempre queda incompleto, y de ahí que la imagen sea borrosa, siempre imprecisa.


Tengo varias fotos de Tristan en el disco duro de mi computadora. Fueron tomadas mientras estuvo a aquí, durante una semana. Por ahora me es imposible lograr separarme de ellas y no sentir que una luz oscura cubre esas imágenes, algo que las hace impenetrables y enigmáticas. Y entonces todo es negro. Como si apagasen la luz. Debe ser aquéllo que no nos es revelado en nuestras vidas, aquéllo que nunca terminamos por saber. Con Dios muerto, sólo una cosa nos queda, conocernos a través de los otros.
Si elijo una de ellas para ponerla frente a mí, lo que veo es un rostro ovalado, el mentón se hunde en el pecho, la boca es grande y se mantiene sellada, guardando su secreto. Lo que ilumina ese rostro es la mirada, brillante, húmeda, impregnada de un resplendor fatuo. Ese rostro se me aparece en toda su desnudez, sin defensa y sin máscara. Debe ser su edad y la forma cómo ignora lo que sucede a su alrededor, o lo que suscita cuando se mueve y respira. Cuando hace un gesto para estirarse y alcanzar el marco de la puerta dejando ver el borde de su ropa interior que muerde un poco la caída de sus riñones. Es una mirada dócil, que se proteje bajo la rigidez de la mandíbula, enmarcada por esos gestos que niegan la porosidad de los ojos, niegan una persona sensible, no saben que está allí, que existe. No la han visto. Esos ojos te miran, pero no te miran para reconocerte sino para decirte que todavía tú no existes, que a lo mejor jamás vas a existir, que estás destinada a ser una anécdota, una sombra que ha pasado un día, lejos de sus necesidades. Y es lo que veo en la otra foto, en ésa en la que estoy sentada, y un gesto de frustración se contiene en el ceño. Un gesto que escarba y golpea el exterior para lograr una respuesta. Pero se queda silenciado y solo.
Ese rostro está allí, entre el niño y el hombre, el hijo y el amante, el hermano, y nuevamente el amante, está allí en toda su ausencia, escribiendo un texto invisible al pie de la foto, de que nunca jamás, nunca jamás volverá a estar presente. Nunca más ese cuerpo, de esa forma: deseado sin esfuerzos y sin comprender qué está pasando ni qué tabú se rompe cuando me acerco para tocar su piel. A los quince años pude haber sido su madre.
Llamé a una amiga para preguntarle cuántos años de diferencia hay entre ella su pareja:
Veinte y no son nada.
No es su edad lo que me duele, al final de cuentas los hombres viven sin culpabilidad sus amores por mujeres más jóvenes y en el fondo no hay ningún tabú que romper, es ese espacio de tiempo que no hemos compartido lo que representa una zanja que no puedo saltar, una zanja oscura como la de una muerte próxima, una ausencia a la que no me acostumbro con el paso de los días. Ese fantasma de su cuerpo, ese silencio que sigue a su ausencia. Como en una foto.

Fragmento de Aquella imagen que transpira, texto inédito.
Copyrigth: Patricia de Souza

vendredi, octobre 07, 2005

Diario

Sigo con el Diario del África, este fragmento me gusta, expresa parte de los malestares que padece una persona en un país rico, la futilidad de las riquezas materiales, la incapacidad de encontrarle un sentido verdaderamente valioso a la vida, la soledad del individuo contemporáneo. Sobre todo que he terminado por comprender que se trata de una persona que tiene unos 35 años, profesional, que vive entre París y el sur de Francia y está a la busca de algo: ¿el amor, la comprensión?...


Viernes, 19 de setiembre del 2003, Bobo Dioulasso

Mi frustración es muy grande al verme obligado a regresar a Francia. No necesito de todas las riquezas acumuladas allá. Esta mañana me levanté a las 5 de la madrugada para poder ver la salida del sol. He visto cómo se despertaba la ciudad y no tenía ganas de irme; durante la mañana las mujeres van hacia el centro de la ciudad y es la paz... Para los hombres. Y como soy un hombre, el África está hecha para mí, como sometida a mis sentimientos. Porque en realidad todo mi problema es que en Europa estoy sujeto a la agresividad del sistema, incapaz de reaccionar, tetanizado por ella. La única salida sería ser violento y aunque mi moral no me lo prohibe, la sola prohibición de la ley, la autoridad, la brutalidad fría de la estructura estatal, hacen que me inhiba de ejercer cualquier tipo de violencia a lo mejor liberadora (aquí, me gustaría que hubiese sido más claro, pero, ni modo). Entonces, dos soluciones se imponen, someterse o huir hacia mi pobre paraíso, África. He ahí mi proyecto de vida, vivir en el África, construir a mi ritmo, lentamente.

lundi, octobre 03, 2005

Ayer, después de una conversación telefónica, pensaba en que había tenido una discusión agotadora en la cual no había podido comunicar nada de lo que creía, ni de lo que esperaba. La comunicación todo el tiempo cortada por ruidos externos o por una falta de atención de mi interlocutora. Incluso, hubo incoherencias que yo traté de enderezar, preguntando qué se me quería decir, sin resultados. Escribo esto porque pienso que todo trabajo de Escritura (comentaré después cómo define la escritura el Estructuralismo de Roland Barthes) es una forma de imponerse a esa incapacidad de comunicación del lenguaje, en todo caso, es la apuesta de la que siempre hablo, casi una promesa porque para creer rozamos en algo un sentimiento religioso. La coherencia del lenguaje, su eficacidad, claridad y afectividad , la solidez del sintagma y la coherencia de la frase, están ligados en una confianza en el futuro, pero también a la posibilidad de poder contar nuestra historia (ver artículo de Paul Ricoeur en las Notas a Palincestos), y todos, todos necesitamos hacerlo para estar sanos. Es lo que decía Julia Kristeva a propósito del psicoanálisis,la posibilidades narrativas de nuestra historia, su perfomance, es la mejor prueba de nuestra salud mental. Me aterró cuando alguien me dijo que mucha gente clamaba el regreso de Alberto Fujimori, eso sí me pareció patético, y me hice de nuevo la pregunta: ¿cuándo tendremos tiempo de pensar con tranquilidad en nuestra propia historia? ¿Cuándo las capacidades analíticas, sintéticas, etc... dejarán de estar atenazadas por la pobreza y la miseria, por esa especie de estado de desconcierto que crea vivir al día, sin saber qué nos espera mañana? No lo sé. La desesperación es la peor de las consejerasy no deja pensar, y sin embargo es lo que siente todos los días una persona que se levanta y no tiene para lo indispensable, en esos pueblos jóvenes abominables que se extienden sobre el desierto de Lima. Simone Weil tiene un libro muy hermoso sobre las razones de la libertad y la opresión, una gran crítica a lo que fue la utopía marxista de la época, y un análisis interesantísimo de lo que es una sociedad libre. Hay que leer a Simone Weil (http://webs.sinectis.com.ar/hgonzal/lit/sweil1.html) no solamente por su manera sutil de analizar hechos contemporáneos, sino por su pasión y entrega a los otros, porque su vida fue exactamente como lo fueron sus libros.
En Notas a Palincestos encontrarán un artículo sobre Hannah Arendt, publicado en el diario La razón, de Madrid, que recomiendo leer. Y he creado otro blog con textos de ficción en francés para el espacio francófilo, Fuites. Se puede entra yendo al perfil del autor.

Seguiré con el diario del África en algún momento y con la traducción del texto de Madame de Stael....